Hola! ¿cómo está todo por allá? Hace unos días llegó a mi pantalla el texto «La gentrificación digital» del periodista José Heinz que publicó el blog de Caja Negra Editora. El artículo reflexiona acerca de cómo la Internet de hoy está en las antípodas de lo que imaginamos que sería, allá por los ‘90, cuando parecía “abrir las puertas a un mundo nuevo, uno menos regido por los agentes de poder y más por la curiosidad de los internautas”.
El autor toma algunas ideas del libro Filterworld, donde el periodista Kyle Chayka analiza cómo los algoritmos de recomendación que hoy comandan las plataformas están aplanando la cultura. “Aquello que suena genérico y popular tiene muchas más probabilidades de ser recomendado en la actual internet. Por consiguiente, a lo menos convencional le cuesta destacarse”, escribe Heinz. Estamos transitando “una gentrificación global influida por la cultura de los algoritmos”.
El concepto de gentrificación describe un proceso de renovación y reconstrucción urbana de zonas o barrios ‘venidos a menos’ que conservan ciertas cualidades muy buscadas por el capital inmobiliario -buena ubicación, mucha actividad cultural o áreas verdes, por ejemplo. Un proceso que lleva a que un flujo de personas de clase media o alta termine desplazando a las y los habitantes originarios de esas áreas hacia las periferias.
El término lo acuñó la socióloga Ruth Glass en 1964 para describir el cambio de composición social en Islington, un barrio al norte de Londres. Esto lo cuenta la urbanista canadiense Leslie Kern en el libro La gentrificación es inevitable y otras mentiras, donde reconstruye el concepto y su historia. La raíz gentry hace referencia a la idea de una burguesía en ascenso: las familias históricas se mudan porque ya no pueden afrontar el costo de vivir en estos barrios que se han ido aburguesando. Precisamente, lo que Glass vio en ese barrio de Londres es que pasó de ser, en muy pocos años, un área de clase obrera a estar compuesta por familias de clase media-alta. “Glass colocó el desplazamiento en un primer plano, como rasgo distintivo de la gentrificación”, describe Kern en su libro.
La gentrificación es un proceso de reestructuración de relaciones sociales en el espacio que exacerba la desigualdad y normaliza ciertos valores sociales mientras excluye a otros. ¿Cómo linkeamos el concepto de gentrificación urbana con las plataformas digitales? ¿Cuáles son los elementos que caracterizan a la gentrificación en Internet?
La investigadora norteamericana Jessa Lingel fue quien escribió, en marzo de 2019, uno de los primeros textos sobre la gentrificación en Internet con la intención de retratar la web moderna, y su investigación luego se convirtió en libro. Para ella, el término permite describir los “cambios en el poder y el control que limitan lo que podemos hacer en línea” y también denunciar “una economía y una industria que priorizan las ganancias corporativas sobre el bien público”.
Jessa escribe: “La web que tenemos ahora se guía por modelos de negocios que se basan en una transferencia constante de datos de las personas, normas sociales de consumo y autopromoción, y cajas negras de los algoritmos que estructuran las plataformas que utilizamos”.
¿Cómo era la web de antes, la ‘no moderna’? Tim Berners-Lee, informático británico que desarrolló el World Wide Web, siempre estuvo preocupado para que su creación fuera una verdadera herramienta igualitaria de conexión e intercambio de información. Quizás en algún momento estuvimos cerca de eso.
En un artículo de 2019, el colectivo mexicano Sursiendo describía dos etapas de Internet, una social y otra corporativa. Durante la primera, que va desde los inicios de los ‘90 hasta 2003-2004, había “cierto optimismo por el intercambio de información y el uso horizontal de las redes. El hipertexto y lo multimedia enriquecían la navegación, que brincaba de un sitio a otro sin apenas restricciones. Muchos movimientos sociales, vanguardias académicas o círculos artísticos impulsaron un cambio cultural respecto a las tecnologías digitales, que se convirtieron en aliadas de la justicia social”.
Luego vino la etapa corporativa, que se sostiene hasta la actualidad. Se inicia en 2003-2004 con la hegemonía de Google, el despegue de Amazon, la llegada de Facebook (hoy Meta), el resurgimiento de Apple con sus nuevos productos como iPod e iMac y Microsoft, que se afianza como el fabricante de software más importante.
Este pequeño número de corporaciones tiene hoy el control absoluto sobre como vemos, sentimos y utilizamos Internet y las tecnologías digitales. Han concentrado tanto el poder que estar por fuera de ellas es prácticamente imposible: han monopolizado la cultura digital expulsando a empresas y plataformas más pequeñas y, en ese proceso, también fueron definiendo qué interacciones en línea son posibles y cuáles son las ‘mejores maneras’ de estar conectades. “Condensar tanto control va más allá de una reducción de las opciones del consumidor: es una forma de gentrificación tecnológica”, concluye Lingel.
En la actualidad Internet es menos horizontal, menos social, menos diversa. Para Lingel nos está haciendo seres cada vez más aislados, menos democráticos y, además, estamos en deuda constante con las grandes corporaciones y sus accionistas. En otras palabras, Internet está cada vez más aburguesada.
Ese aislamiento que Lingel menciona, es producto -sobre todo- de esta nueva tendencia de las plataformas a impulsar y priorizar contenidos basados en los gustos y afinidades personales. En lugar de estar expuestas a personas y contenidos diversos, las personas estamos cada vez más segregadas y esto ha dado como resultado lo que Eli Pariser, ciberactivista norteamericano, llamó «filtros burbuja»:
“Los filtros de personalización son una especie de autopropaganda invisible que nos adoctrina con nuestras propias ideas, amplifica nuestro deseo de lo que ya conocemos y nos aleja de los peligros que acechan en el oscuro territorio de lo desconocido”.
Este no es un fenómeno nuevo, pero sí se ha profundizado y acelerado en los últimos años. En su artículo, Heinz escribe: “En la superficie, los algoritmos de recomendación son útiles porque le permiten al usuario ahorrar tiempo y obtener lo que desea, pero sus efectos están lejos de ser neutrales”. Y agrega:
“Dejar en manos de algoritmos nuestras elecciones (algoritmos alimentados a base de nuestras conductas previas), sumado a la abrumadora cantidad de contenido que se produce todo el tiempo, está creando una cultura de consumo atenta a lo que funciona para poder destacarse. Una average culture, una cultura que no se permite la experimentación o el desborde para no quedar invisibilizada”.
Frente a este escenario ¿qué podemos hacer? Linguel propone algunas acciones muy sencillas para comenzar a combatir la gentrificación digital.
Primero, tenemos que ser nuestro propio algoritmo y en lugar de aceptar pasivamente el contenido o las sugerencias que nos muestran las plataformas, hagamos nuestra propia curadoría y empecemos por conectar o seguir a personas que están por fuera de nuestros intereses o círculos habituales. Eso va a ayudar a diversificar el contenido que nos llega.
Segundo, exijamos regulaciones a nuestros legisladores en todos los niveles. Para ello, tenemos que aprender los conceptos básicos de la infraestructura de Internet, informarnos acerca de lo que se necesita para su desarrollo y puesta en marcha o saber qué actores están involucrados. Luego, conocer sobre las políticas de las plataformas, esas bases y condiciones que la gran mayoría de las personas usuarias no leemos. Bueno, hay que empezar a hacerlo. Las plataformas pueden cambiar sus políticas si suficientes usuaries hacen demandas. Un ejemplo: en 2015 Facebook cambió su política de nombres ‘reales’ luego de los pedidos hechos desde distintos grupos activistas queer, trans y pueblos originarios.
Informarnos siempre es un paso fundamental para comprender y poder exigir cambios que nos beneficien como usuaries. Conocer lo que está en juego, quiénes forman parte y, sobre todo, reflexionar y preguntarnos sobre qué Internet queremos, y cómo y con quiénes pasamos nuestro tiempo en línea.
¡Muchas gracias por llegar hasta acá! Este fue el envío #77 de Siempre Cyborg Nunca Diosa.
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