Todo sucede tan rápido que este texto seguramente ya es viejo, obsoleto, caduco. Hoy ya están pasando otras cosas, pero hace apenas un par de semanas todas las personas parecimos enloquecer con la nueva función de ChatGPT de Open AI que permite convertir cualquier tipo de imagen a una ilustración del ‘estilo Ghibli’, el mítico estudio de animación fundado por el director japonés Hazao Miyazaki, creador de películas hermosas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro o El niño y la garza.
Este furor se diseminó rapidísimo: de nuestras redes sociales y timelines saltó a los medios gráficos y canales de televisión, fue replicado en perfiles de universidades y personalidades de todos los ámbitos, y también revivió la polémica sobre cuáles son los límites de la inteligencia artificial y sus costos. Un montón de artículos, análisis y reflexiones de personas aficionadas, expertas o interpeladas por el tema circularon sin parar. Sin embargo, luego de algunos días el tema se “agotó”. Se dijo todo lo que se tenía que decir y a otra cosa.
¿Vale la pena seguir hablando del tema cuando la discusión ya está en otro lado? No lo sé. En lo personal me cuesta seguirle el ritmo a la velocidad desenfrenada que se impuso en los debates de turno y creo que ese también es uno de los males de nuestra época: todo pareciera dejar de importar demasiado rápido. Aunque queden resonando las mismas preguntas que seguramente volverán a ocupar los titulares y prime times cuando un nuevo trend o challenge se dispare.
¿Copia, homenaje o robo?
«La obra de arte ha sido siempre fundamentalmente susceptible de reproducción» escribió Walter Benjamin, filósofo y ensayista alemán, en su ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de 1936. Allí, el autor reflexiona sobre los cambios que, primero con la fotografía y luego con el cine, se venían desarrollando en el arte y cómo, con su distribución indiscriminada, las obras de arte transformaron su relación con ‘las masas’.
En el texto, Benjamin ubica la autenticidad en el centro de la obra de arte: es su aura, el aquí y ahora, “su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”, escribe. Para el autor, la autenticidad es “la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”. Esa singularidad -que define a la obra de arte en su concepción más clásica- con el proceso de reproducción disminuye, se atrofia. Pero lejos de ser algo 100% negativo, el filósofo deja ver que con la reproductibilidad técnica estaba la posibilidad de la politización del arte: reproducir los objetos sin la necesidad de rendirles culto.
Benjamin escribió ese texto en un momento determinante de la historia. Luego de la Primera Guerra Mundial, la profunda crisis política, económica y social produjo en Europa una creciente agitación de masas. Ese fuerte movimiento de las masas y la aparición de nuevas tecnologías estaban cambiando radicalmente la forma en que las imágenes, la música y la cultura visual eran producidas, distribuidas y experimentadas. La masa, “de retrógrada, frente a un Picasso por ejemplo, se transforma en progresiva, por ejemplo cara a un Chaplin”, escribió.
Hoy también nos toca vivir un momento crucial a nivel mundial: la polarización política, el avance de las derechas y el reordenamiento geopolítico; el cambio climático, la migración y las crisis económicas que están generando más desigualdad, pobreza y vulneración de derechos; los cambios logrados desde los movimientos feminista y LGBTIQ+; y desde ya, la conectividad y la evolución de las tecnologías digitales con la llegada de la inteligencia artificial.
Con la fiebre del ‘estilo Ghibli’ muchas personas quisieron convertir una imagen suya y ¡lo más importante! compartirla con el mundo. ¿Qué valor puede tener - más allá del lúdico- que cualquier persona desde cualquier dispositivo pueda hacer en pocos segundos una imagen singular parecida o inspirada en el trabajo de un artista? ¿Cómo una acción que para muchas personas fue inocente y divertida impacta en el mundo arte? ¿Qué pasa con la autenticidad de la obra, con la singularidad de un estilo?
El dibujante español David Rubin en una nota que publicó eldiario.es, comparó lo que sucedió con Studio Ghibli -que por estos días se repite con la onda de “juguete de colección”- con el concepto de comida rápida:
“Se está normalizando el fast food de las imágenes”. Y agregó que “más allá de la vulneración de los derechos de autor, el uso de la IA está llevando a la banalización de la creatividad. Se está acostumbrando a la gente a no darle valor a la imagen, porque de repente hay una cosa que en segundos crea una, mejor o peor. No hay un trabajo, una idea o intención detrás artística o colectiva”.
En ese mismo artículo, también se cita un posteo del cineasta Nacho Vigalondo: “Todo robo cometido por OpenAI debería molestarnos por igual, pero el caso de Hayao Miyazaki es especialmente odioso, la obra que se ha comido su vida es un acto contra los atajos tecnológicos, es artesanía militante”.
Es que Miyazaki siempre dibujó a mano, cuadro por cuadro, las escenas de sus películas, con especial dedicación a los detalles de la naturaleza. Pero además de la belleza visual, sus películas exploran temas universales con una sensibilidad única, narrativas profundas y personajes complejos. Todo ello es parte de la singuralidad de los trabajos de Studio Ghibli.
En un documental de 2016 que se llama NHK Special: Hayao Miyazaki – The One Who Never Ends, el propio director nipón se refirió a la IA como “un insulto a la vida misma” y afirmó categóricamente: “Yo nunca incorporaré esta tecnología en mi trabajo”. El fragmento del documental también circuló en redes sociales durante estas últimas semanas.
Derechos de autor y la captura de estilos
Para que una inteligencia artificial genere imágenes con una estética determinada, primero debe entrenarse con enormes volúmentes de datos visuales. Este proceso puede implicar el uso de obras protegidas por derecho de autor, y si bien no es una reproducción directa, puede entenderse como una forma de uso no autorizado.
También estos usos pueden quedar amparados por excepciones o limitaciones legales al derecho de autor. Japón, por ejemplo, cuenta con disposiciones que permiten, bajo condiciones específicas, el uso de contenidos protegidos para el entrenamiento de modelos de inteligencia artificial. Así buscan equilibrar la protección de los derechos de creadores con la promoción del desarrollo tecnológico y la innovación.
Los investigadores Kai Riemer y Sandra Peter, en un artículo publicado en theconversation.com [que podés leer traducido en chequeado.com], hablan entender la IA como ‘motores de estilo’. Los sistemas de IA generativa, explican, “no almacenan información en un sentido tradicional. En su lugar, codifican texto, hechos o fragmentos de imágenes como patrones o ‘estilos’ dentro de sus redes neuronales”. Y lo hacen en múltiples niveles: desde características básicas como las relaciones entre palabras o texturas visuales hasta conceptos más complejos o elementos visuales.
Así, escriben, todo se transforma en estilos. “Cuando la IA aprende sobre el trabajo de Miyazaki, no está almacenando fotogramas reales de Studio Ghibli. En cambio, está codificando la ‘Ghibli-idad’ como un patrón matemático, un estilo que puede aplicarse a nuevas imágenes”. Codificación y transferencia de estilos. Y así ad infinitum, lo mismo para todo.
Ahora ¿qué pasa cuando el estilo es parte de la identidad del artista? La ley de derechos de autor no protege los estilos, solo expresiones específicas. Riemer y Peter, en su texto, marcan una diferencia entre estilos generales y aquellos que distinguen y se vuelven sinónimos de la identidad de alguien. Como ejemplo, mencionan a un artista polaco cuyo nombre fue utilizado en más de 93,000 solicitudes en el generador de imágenes de IA Stable Diffusion: “Cuando una IA puede generar trabajos ‘al estilo de Greg Rutkowski’ esto podría amenazar tanto su sustento como su legado artístico”, sostienen.
Frente a esta situación, algunos creadores ya han tomado medidas legales. En 2023, las ilustradoras Sarah Andersen, Kelly McKernan y Karla Ortiz presentaron una demanda contra varias compañías de IA, argumentando que sus generadores de imágenes fueron entrenados con sus obras originales sin permiso, lo cual permitió que las personas usuarias generen trabajos que imitan sus estilos distintivos.
Sin embargo, también hay artistas que sí están de acuerdo con incorporar la IA en sus procesos creativos de un modo responsable, como una herramienta que puede agilizar ciertas tareas repetitivas o mecánicas, como “rellenar de color cada uno de los 24 fotogramas del que se compone un segundo de animación”, dice el ilustrador y animador Nacho Subirats, que trabajó como asistente de dirección en Robot Dreams de Pablo Berger. Tareas que él mismo define como “aburridas, menos complejas, por las que todos hemos empezado y que beneficiaría en cuanto a rapidez, pero que en realidad como artista no suponen una amenaza”.
En 2022, la diseñadora Karen Cheng hizo una tapa para Cosmopolitan con IA y publicó un video en sus redes sociales mostrando el proceso creativo humano que llevó a la imagen final. En sus conclusiones, afirmó:
“Se requirió muchísima participación humana y toma de decisiones. Aunque cada intento solo toma 20 segundos, se necesitaron cientos de intentos. Horas y horas de generación y refinamiento de indicaciones antes de obtener la imagen perfecta”. Y agregó: “Cuanto más uso #dalle2, menos pienso que sea un reemplazo de los humanos y más que es una herramienta que los humanos pueden usar, un instrumento para jugar”.
OpenAI no tomó medidas específicas o públicas luego de la polémica con el ‘estilo Ghibli’. Supuestamente incorporó algunas prácticas generales como restringir el uso de nombres de artistas vivos (o recientemente fallecidos) para evitar la generación de imágenes que imiten su estilo sin consentimiento. En algunas versiones de DALL·E (el generador de imágenes de la empresa) puede limitar la capacidad de pedir imágenes ‘en estilo Ghibli’ directamente o puede interpretarlo de forma más general como ‘anime nostálgico’ o ‘dibujos animados japoneses suaves’.
En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Benjamin subraya la necesidad de pensar el arte en su vinculación con lo político. Frente a quienes planteaban la autonomía del arte con respecto a los demás ámbitos de la vida social, el filósofo afirmaba que en el arte se juega lo político y las innovaciones tecnologías de ese momento cumplían un rol clave. El texto es, sobre todo, una crítica a los usos enajenantes del arte por parte de los Estados totalitarios, especialmente del fascismo.
Necesitamos (re)pensar y (re)imaginar el rol que queremos que ocupen las tecnologías de IA. Tener una mirada crítica, hacer un uso responsable y consciente. Saber que como personas usuarias tenemos el derecho de exigir su transparencia y regulación, que cada imagen o acción que le pedimos a la IA consume litros de agua y electricidad, que su uso desmedido es nocivo para nuestros recursos naturales a una escala que parece que desconocemos, pero deberíamos tener más presente.
Quizás este último punto sea tema para un próximo boletín 😉
¡Muchas gracias por llegar hasta acá! Este fue el envío #83 de Siempre Cyborg Nunca Diosa.
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Un beso, Ivana.